Los huesos no me bastan

Los huesos no me bastan
epicentro del bing-bang
de ordalías de minotauros
galopando primarios instintos
hacia agujeros negros inventados,
mientras el reptil se prende aún más
al exangüe pezón de mis entrañas,
criatura ignorante del vacío
donde florece todo,
excepto alma.

Los huesos no me bastan
cuando el insondable grito
desafía las palabras
y arrastra hasta su lúdico vaivén
los laberintos de una voluntad maculada,
depredadora de profecías y profetas,
espiral de ansiedades derivadas,
avenida de desencuentros ocasionales
buscando ser encuentros.

Por un sueño deslumbrado
en que el espíritu se emancipará del cuerpo,
la vida del tiempo y
los huesos volverán al polvo.

Era la siesta de la tarde, en aquellos tiempos en que el día era más largo y la vida más vida. Desperté agitado, aunque no sé si estuve durmiendo o solamente yacía acostado, meditabundo, me levanté de golpe, salí corriendo de la casa y tropecé con mi madre que tendía sábanas en el patio. -¿Qué te pasa?, aún no es hora de que pase Don Fidel, ya te dije que yo te hablo cuando llegue-. Don Fidel era el panadero, que nos dejaba pedido puntualmente cada día justo cuando el reloj marcaba las cuatro. No respondí. -¿Qué tienes?-. La emoción era tal que ni siquiera me había dado tiempo de pensar lo que significaba aquello que tenía. Era algo tan personal, por primera vez experimentaba un sentido de pertenencia hacia algo, exclusivo, intransferible, único, algo que nadie más tenía en todo el mundo, era sólo mío, algo sobre lo cual yo era soberano. -Tengo algo increíble- respondí, y sin darle tiempo de replica salí corriendo hacia la calle, me detuvo sólo cuando tuve a la vista el predio donde jugaban los otros niños. Los miré con una ligera sonrisa de altivez, me vi más maduro o los vi rezagados, tan infantiles. Y después, tuve miedo, de que alguno me quisiera robar aquello, o peor aún, que se me pudiera extraviar y tomara después de un tiempo, inevitablemente, otro dueño, pensé guardarlo en el gallinero, pero era imposible, lo mismo debajo del colchón, ponerlo sobre papel resultaba bastante arriesgado, lo mas viable era utilizar aquello, pero necesitaría tiempo, aún no lo dominaba por completo. Tal vez los otros niños me miraron diferente, pues cuando me percaté, ya estaban todos rodeándome, los miré ansiosos, intrigados, curiosos, así que antes que pudieran preguntar algo, les dije:-¡tengo algo!-, -¿sí?, dinos que tienes, enséñanoslo, anda muéstralo, ¿qué es?-No puedo mostrárselos-alcé la voz intencionalmente-pero puedo decirles lo que es-. Hice una pausa. Creí casi escuchar la desesperación de sus oídos por una respuesta. -Lo que tengo es . . ., ¡tengo una Idea!.

Cuando el blog ha pasado su periodo de novedad, es tiempo de buscarle nuevos cauces o dejarse, inevitablemente, morir. Leyendo algunas bitácoras, encuentro cierta apatía o fastidio por el ejercicio del blog, o quizá no encuentro la apoteosis que descubrí cuando me inicié en este camino, o tal vez, sea solamente un reflejo generado por el desinterés que comienza a provocarme el publicar un blog. Tal vez sea sólo eso, aún cuando encuentre coincidencias en algunos otros bloggers mexicanos, que parecen padecer del mismo mal, a algunos incluso les ha dado por cerrar temporal o definitivamente su espacio. Puede ser que el problema se deba a una reinvención que parece necesaria, en mi caso, veo ciclos, que se cierran generalmente cuando el sistema no me ofrece mayores alicientes, como si de pronto hubiera recorrido todos las posibilidades del blog y me topara con las irremediabilidades del mismo, encontrándolo después de todo, poco atractivo. Hoy escuché a un reconocido comunicador de México en la radio, promoviendo su propio blog, en Blogger, y me provocó sospechas de todo tipo, generadas por la aversión natural a periodistas con nombre en televisión y/o radio, lo que lleva siempre, sobre todo en México, a la desconfianza. Tal vez terminé cayendo en la trampa de mis pretensiones, o simplemente es una excusa a mi falta de ideas. De cualquier manera, nada está dicho, y espero tener algo que contar, aunque sea a cuentagotas, de otra forma, no habrá más que decir.

algo de ayer

Algunas veces se me olvida que el blog, no es más que una publicación dónde la realidad y la ficción tienen una línea de separación casi indistinguible, y en la cual el autor tiene en nuestro cerebro, una imagen animada que dista mucho, seguramente, de la realidad material, es entonces que la sensación de identidad me lleva querer asumir interacciones de mayor nivel, intentando penetrar espacios que no me pertenecen y en los que el autor tiene total derecho de soberanía. Algunas veces, solo algunas veces. Y es que como diría alguien, el blog debería tener personalidad propia, punto en el que coincido, sin embargo algunos, o quizá todos, hemos diseminado en el blog partículas personales, desde perspectivas distintas, es ahí, dónde el intento por desafiar la virtualidad y querer hacer de esto una realidad tangible, lleva a la tentación de interacción total. Puede ser que incluso los blogs personales, tengan personalidad propia, y es que después de todo, solo creamos un concepto de lo que creemos ser, lo que invariablemente desigualará de las percepciones que las personas con las que interactuamos físicamente, tienen de nosotros, desembocando inevitablemente en una premisa que rige cualquier publicación, el blog es sólo un punto de vista más. La virtualidad, con su naturaleza desechable, me resulta un sonoro sonido de burla sarcástica del deterioro de las relaciones interpersonales, querer cruzar esa línea, me parece aún más irónico, lo cual me sucede con frecuencia.

Maldita sea, algunas veces yo también extraño, por más que la soledad me resulta menos indiferente cada segundo, la nostalgia acaba boicoteando mi rutina. Entre el sueño de madrugada que trae dictatorialmente recuerdos dormidos y esta mañana quieta con olores promisorios de primavera, que pareciera se ha conjugado con el sonido de la carretera, el clima templado de febrero, la selección del Windows media player y la demagogia de las fechas, para crear una atmósfera irresistiblemente nostálgica que despierta olores, imágenes, rostros, sonrisas, palabras que creía olvidados.

de pesadillas diurnas

Nunca recuerdo haberme despertado por alguna pesadilla en un estado de pavor extremo. Aunque como todos, tengo en la memoria algunos de esos malos sueños, recurrentes en la infancia. Por lo general mis fobias nocturnas se materializaban en el agua, elemento constante en mis pesadillas. Era una pesadilla particular, que se originaba en un canal de riego, cuyo borde era un poco angosto y por el cual pasaba seguido en auto o camioneta. En mis alucinaciones, el agua del canal se desbordaba y la orilla se venía abajo, tragándonos con todo y camioneta. Pesadilla simple, que nunca pasó de ser un mal sueño. Recuerdo otros, los clásicos, de los cuales no fui la excepción, como cuando intentas huir de algo o de alguien que te aterra y sientes que las piernas son de atole y no te responden, sensación natural debido al adormecimiento que sufren las piernas en el estado de sueño. Ahora los miedos toman otras formas, pareciera que de la fantasía de los sueños de la infancia, pasaran a la realidad de la vida diaria adulta, con rostro menos aterrador, incluso atrayentes, pero con efectos mucho más materiales y contundentes. Y es que como dijera Goya, “El sueño de la razón produce monstruos", monstruos creados por nuestra propia cognición y que mudan y evolucionan en tantas y tan variadas formas como la propia "razón" sea capaz de imaginar. Tal vez aquellas pesadillas infantiles, solo fueron el preámbulo para la creación de nuestras fobias y miedos diurnos. Y quizá aquello que creíamos fantasía, era realidad y lo que hoy conocemos como realidad, solo una invención más de nuestra razón.

Quizá. . .,

por cierto ya leiste estos comentarios.

Zaicos era un pueblo diferente, solo tenía una calle, no tan ancha, no tan angosta, que lucía custodiada por unas cuantas casas alrededor. Pero Zaicos no podía considerarse un pueblo, ni su particular calle, una calle normal. Aquella calle, que atravesaba aquellas casas, que versaban llamarse pueblo de Zaicos, aún cuando Zaicos, no pudiera considerarse pueblo, tenía características particulares; la persona que tomara en su ruta aquella calle, sólo podía avanzar a través de ella, siempre hacia adelante, nunca retroceder, si retrocedía, aún un paso, el tramo pendiente por recorrer de aquella calle se cerraba para siempre, luego entonces solo se podía tomar aquel camino para llegar a un destino fijo, o para recorrer toda la travesía, no había retornos. Además, aquella calle sólo podía recorrerse por uno a la vez, nunca dos individuos podían caminar sobre ella al mismo tiempo, ni tampoco la misma persona caminar dos veces por aquella particular calle.
Sólo que no todos conocían las reglas, Martín Canales, era uno de los pocos que pensaba conocerlas.

Coloco el pie en los linderos de aquella calle, llevaba consigo una muda de ropa, un morral con unas cuantas monedas, una cantimplora de agua, un diario de pasta azul y una linterna, recorrer aquella calle siempre resultaba menos cansado si se hacía de noche, eso intentaba Martín.

Comenzó con paso firme, continuó así por media hora más, sin embargo a medida que avanzaba, descubría algo que nadie le había dicho (y es que los que terminaban la ruta de la calle de Zaicos, nunca regresaban), a cada paso, le resultaba más difícil cargar aún con los pocos artículos que llevaba consigo. Evaluó necesidades y apegos, y se deshizo de la muda de ropa, con la que llevaba puesta, era suficiente, pensó. Dos pasos más adelante arrojó la bolsa de monedas, parecían hechas de plomo y sin duda eran la siguiente opción de renuncia. El cansancio y la pesadez no cedían lo suficiente, junto a un arbusto inevitablemente abandonó la cantimplora con casi la mitad de agua. Ahora sólo le quedaba su diario y la linterna, sin embargo, a la pesadez de sus pasos se había agregado una creciente ansiedad por volver la vista, por regresar, la mente lo golpeaba con imágenes pasadas que parecían adherirlo al camino ya andado, ¿y si abandonaba la ruta y regresaba? Podría recoger todo lo que había abandonado, después de todo, iba tras algo que ni siquiera conocía, ¿no sería sólo su imaginación y aquel camino no terminaba nunca? Sintió no soportarlo, la linterna le había cansado la mano que ahora sólo alumbraba hacia el suelo, el diario de pasta azul le pesaba algunos kilos, la angustia le nublaba la vista. ¿Porqué conservar un diario?, Martín no era romántico, ni siquiera idealista, hablaba poco, sin embargo ese diario de pasta azul, guardaba más que secretos, la mezcla de realidades y fantasías, minuciosamente descritas, que le habían dado forma a la vida que hasta antes de tomar aquella ruta conservaba. Tomo aire, insuficiente, deshacerse de su diario, sería deshacerse de lo poco o lo único que le quedaba de aquello que había dejado atrás y que tan incesantemente lo llamaba más que nunca, impensable deshacerse de el. Estuvo a punto de soltar la linterna, pero le sería imposible avanzar entre las sombras. Tres antitéticos pensamientos formando posibilidades, cruzaron su mente con el mismo poderío acribillador: -la linterna-el diario-regresar-. Indeciso, intentó dar otro paso que le resultó imposible, y en un arranque de sin razón soltó el diario de pasta azul.

El siguiente paso se le facilitó. Avanzó con linterna en mano. Una curva. Y después el camino se abrió.